miércoles, 18 de mayo de 2016

Comité por la Reconstitución: La bancarrota del revisionismo y las tareas de los comunistas



La creación y divulgación de una teoría revolucionaria desempeña el papel principal y decisivo en determinados momentos, refiriéndose a los cuales dijo Lenin: "Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario."
Mao
Los años pasan, pero el conjunto de corrientes que se reclaman de la tradición revolucionaria en el movimiento obrero se obstinan en seguir representando sus arcaicos rituales. Tal es así que en medio de la crisis que sigue profundizándose en el Estado español, estas corrientes, desde el anarquismo a la ortodoxia revisionista que domina el movimiento comunista, siguen esperando que la ofensiva del capital genere como reacción una chispa que levante a las masas hasta derribar al capital. Mas su gozo en un pozo, pues la crisis va camino de la década y las movilizaciones de clase de los últimos años no han supuesto lo que el determinismo y el espontaneísmo político preveían, la agudización de la lucha de clases desde el punto de vista de los intereses del proletariado. Muy al contrario, es el oscurantismo nacionalista, siempre al alza cuando el sujeto revolucionario se encuentra en repliegue, el que sí está logrando enraizar entre las masas proletarias.
Aunque no todo sigue igual en lo que respecta a los aduladores de la conciencia espontánea del obrero medio. Su bancarrota política se agrava, porque a su incapacidad para redirigir el movimiento espontáneo de la clase hacia algún programa mínimo, se ha unido el ascenso de una renacida socialdemocracia que ha vapuleado en las calles los esquemas del revisionista típico, que, ensimismado en sus propuestas de unidad práctica sindical, ha visto como el movimiento de masas lo desbordaba y un oportunismo más refinado que el suyo se convertía, a través de Podemos, en catalizador de las demandas del movimiento de resistencia. Los dirigentes de esta “nueva” socialdemocracia han pasado de la cátedra al escaño, mediando en este recorrido la conquista de la calle a través de la construcción de un discurso político a la altura de los tiempos. Porque efectivamente, con el cierre del Ciclo de Octubre, desplazado el marxismo como teoría de vanguardia y desterrada la revolución del horizonte de un proletariado escindido como clase, lo que más se adecúa al estado de cosas existente es un discurso timorato, reformista y pequeñoburgués. Y no puede asombrar a nadie la facilidad con que el discurso de este nuevo partido de Estado ha prendido en la calle a la par que se ha imbricado con las instituciones del capital, pues siendo sus líderes enemigos declarados del marxismo y habiendo desterrado al proletariado como sujeto revolucionario, los nuevos reformistas no han podido más que ensamblar en un programa las diversas esferas corporativas de reproducción del mundo capitalista (al mismo estilo que el obrerismo), sirviéndonos como sujeto político desde el que parece que sí se puede articular un movimiento alternativo al capitalismo, como si se tratara de una novedad histórica... ¡al ciudadano burgués y sus derechos! No obstante, el comunismo existente lleva muchos años siendo consecuente con esta misma fórmula teórica, respetando su contenido reaccionario. La diferencia estriba en su expresión política, pues el revisionismo se contenta con resistir a la sombra de la tradición obrera, mientras los teóricos de la izquierda posmoderna han dado un tamiz más liberal a su discurso, el suficiente para acompasar ideológicamente a estos oscuros tiempos la claudicación ante el orden hegemónico que siempre ha representado el reformismo en todas sus variables.
En este contexto, los comunistas debemos considerar en primer término el impasse en que se encuentra la Revolución Proletaria Mundial (RPM), marcado por el cierre del ciclo revolucionario que se inicia con la Revolución de Octubre. Este periodo se caracteriza, sucintamente, porque el proletariado se encuentra incapacitado para incidir en la gran lucha de clases como sujeto independiente. Esta circunstancia, de profundo calado histórico, impele antes de nada al sector de avanzada de nuestra clase, a la vanguardia, no a tomar acríticamente o a despreciar todo el bagaje acumulado por la RPM, como hacen revisionistas y oportunistas de todo pelaje, sino a considerarlo críticamente, actualizando lo que de universal hay en él. Y es que el desplazamiento del marxismo como teoría de vanguardia es el primer dique que impide al proletariado aparecer en la escena de la gran lucha de clases como una clase revolucionaria. En consecuencia, la actividad práctica a la que hoy debe asirse la vanguardia proletaria está ligada a la resolución de las problemáticas de construcción del movimiento revolucionario. Esto implica toda una fase de la revolución proletaria que denominamos de reconstitución ideológica y política del comunismo, que en su primera etapa debe resolverse sobre el Balance del Ciclo de Octubre desde la lucha de dos líneas en el seno de la vanguardia, esto es, desde el desarrollo de la lucha de clases a nivel ideológico y en relación con las lecciones de la experiencia revolucionaria acumulada en el anterior ciclo, siendo eje fundamental para la construcción del movimiento revolucionario de vanguardia. Sólo si los comunistas emprenden estas tareas puede el marxismo articularse como discurso teórico y político, para conquistar su hegemonía entre sectores cada vez más amplios de la clase proletaria, hasta cristalizar en la fusión de la vanguardia y las masas en Partido Comunista. Será entonces cuando la actividad subjetiva del proletariado se torne en praxis revolucionaria, en palanca de transformación del viejo Mundo, que inmediatamente habrá de tomar la forma de Guerra Popular, en tanto instrumento universal para la construcción del poder por parte de la clase revolucionaria y para el establecimiento de la Dictadura del Proletariado, con el objetivo de hacer ondear la bandera roja frente al imperialismo, sirviendo de base de apoyo en la próxima oleada de la RPM en la senda del Comunismo.
Este sencillo camino difícil de realizar es el único que sitúa el porvenir de la Revolución en la actividad subjetiva de la vanguardia revolucionaria, frente al determinismo y el espontaneísmo revisionista, porque garantiza una línea de continuidad entre movimiento y objetivo, entre teoría y práctica, situando la conciencia revolucionaria al mando y rompiendo con las inercias de esta profunda derrota que ha reducido al movimiento comunista, que debe ser el movimiento autoconsciente de la clase revolucionaria, a un programa mínimo, que no es sino la sublimación posibilista de todo lo que temporalmente ha perdido la RPM, y que en este interregno entre dos ciclos revolucionarios nos toca recuperar levantando, defendiendo y aplicando la reconstitución del comunismo.

¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Contra el capital y sus crisis, por la Revolución Socialista!
Comité por la Reconstitución
Primero de Mayo 2016
Estado español

jueves, 24 de marzo de 2016

Entre congresos y convergencias: destruir lo viejo y construir lo nuevo

PRESENTACIÓN
Recientemente unos camaradas han hecho llegar a REVOLUCIÓN PROLETARIA el documento al que estas líneas precede y que lleva por título “Entre congresos y convergencias: destruir lo viejo y construir lo nuevo”. Este documento es una más de las expresiones que a día de hoy reflejan el avance de las posiciones marxista-leninistas en el seno del movimiento comunista. Queda mucho por hacer para acabar con la hegemonía del revisionismo, pero trabajos como el de estos camaradas, que apuntan directamente a las problemáticas que hoy plantea resolver el comunismo revolucionario, dan muestra de la potencialidad de lo mejor de la juventud proletaria, que va tomando consciencia de que en el seno del movimiento obrero es necesario implementar la consigna de destruir lo viejo para construir lo nuevo.
Entre congresos y convergencias: destruir lo viejo y construir lo nuevo
En estos primero meses del 2016, varias organizaciones del movimiento comunista están desarrollando sus procesos congresuales. Desde el crash económico de 2007 y la ulterior agudización de la crisis política y social, es difícil contar todas las conferencias y congresos, unidades y convergencias, plataformas y coordinadoras en las que buena parte del “comunismo” en el Estado español se ha dado cita para relanzar sus respectivos proyectos. En la mayoría de casos todos los frentes obreros, republicanos, antifascistas, cívicos etc. que han aparecido dogmáticamente como propuestas estratégicas de estas reuniones no han escapado de los dominios del papel, por más que sus estrategas sean los más fervorosos defensores de la “práctica”, concebida exclusivamente como seguimiento de las luchas de resistencia económica que la clase obrera ya desarrolla por sí misma.
La única estructura organizativa componente de lo que puede denominarse bloque hegemónico en el movimiento comunista que ha cosechado cierta resonancia a la hora de aplicar su programa ha sido PCE-UJCE. En los últimos tiempos los “éxitos” de esta organización se ciñen al ámbito parlamentario, por su participación en los llamados “gobiernos del cambio” a nivel local y autonómico. En el actual contexto la juventud comunista debe hacer una lectura marxista de lo que esos gobiernos de cambio representan, dejando a un lado la alegría que a algunos elementos les produce la charca del parlamentarismo.
Desde el punto de vista general de la lucha de clases, y al calor de la experiencia acumulada por el proletariado revolucionario a lo largo de la historia, los gobiernos “obreros y populares” que gestionan los Estados burgueses no hacen sino apuntalar la dictadura del capital sobre las masas trabajadoras. El carácter de clase del Estado capitalista, por mucho que se quieran depurar sus déficits democráticos, hace imposible que sus instituciones puedan ponerse al servicio de la clase contra la que naturalmente se han erigido y perfeccionado. Y es que todo Estado es democrático y dictatorial a su vez, de modo que la democracia parlamentaria de la burguesía es la mejor envoltura de que se reviste la dictadura del capital para reproducirse en su fase imperialista. No puede hablarse de democracia en abstracto ni puede creerse que el parlamentarismo puede modificar el carácter de clase del Estado, es decir, que la inserción de las “fuerzas populares” en las instituciones burguesas permite transformar la vida de los sectores oprimidos por la burguesía. Ninguna revolución proletaria se ha desarrollado de este modo, más bien al contrario, se ha desarrollado siempre directamente contra el Estado burgués, enfrentando a la dictadura del capital los organismos de su dictadura revolucionaria, que hoy sólo se desarrollará a través del Partido Comunista en tanto movimiento revolucionario organizado de la clase obrera, fusión del socialismo científico con el movimiento obrero.
Desde un punto de vista más concreto, las convergencias se han mostrado como momentos de encuadramiento institucional de los movimientos espontáneos que apuntaban a reavivar el conflicto social en el Estado español. Las diversas luchas desarrolladas fuera de los mecanismos del Estado burgués en los últimos años, han sido encauzadas (el mejor exponente es el caso del Movimiento del 15M, ni mucho menos revolucionario, ni siquiera potencialmente en el contexto político que se dio, pero exponente de la crisis política de las instituciones burguesas) para suturar las heridas del régimen del 78 y reavivar el pacto histórico de la clase dominante. Un pacto en el que de nuevo figurará el gran capital monopolista, las burguesías nacionales periféricas y la aristocracia obrera, si bien estos últimos sectores vienen siendo desplazados metódicamente a golpe de Troika. Así es como el nuevo reformismo representado en Podemos aparece en escena, como negociante de los intereses de clase de la aristocracia obrera, ocupando en términos parlamentarios el papel que en su día jugaron el PCE de Carrillo o la IU de Anguita, colaboradores necesarios del régimen constitucional. Históricamente la socialdemocracia, el viejo movimiento obrero, ha sido un puntal de los Estados burgueses. Hoy la socialdemocracia simplemente aparece como movimiento de mendicidad ante el estado de cosas, dominado sin tregua por el capital monopolista. El ejemplo más desarrollado de esta situación lo encontramos dentro de la Unión Europea en Grecia: tras catalizar a los diversos movimientos de reforma social hacia un programa común que los unificase, tras acceder a las instituciones para sostenerlas, el gobierno Syriza ha tragado todas las ruedas de molino de la Troika. Así, el factible programa de la reforma social ha mostrado hasta donde llegan sus límites: no sólo es incapaz de poner en marcha su timorato proyecto de conquista de las viejas instituciones, sino que ni tan siquiera alcanza para arañar unas migajas en beneficio de las clases oprimidas.
Las syrizas españolas no han realizado ninguna evaluación seria de todo este proceso, pues su respuesta ha sido que cuando les llegue el turno aquí, se mostrarán mucho más firmes al negociar con los mercados. Aunque viendo a nuestro diputado “marxista-leninista”, el que combate al neocarrillismo, intentando mediar entre PSOE y Podemos para formar un “gobierno de izquierda” que abra paso a un nuevo “proceso constituyente”, la clase obrera puede ir preparándose, porque va a ser humillada y aplastada una vez más por el bien de la bendita democracia parlamentaria. Claro que las alternativas que inmediatamente emergen dentro del bloque hegemónico del movimiento comunista representan estratégicamente lo mismo. Y esto sucede en Grecia como ocurre en el Estado español.
Desde hace décadas los programas de acción que dominan el movimiento comunista, están limitados al posibilismo político, a la reforma. Este es un problema que afecta directamente al movimiento comunista internacional, y para cuya explicación cabal hemos de acudir a las bases teóricas y políticas del comunismo y al desarrollo histórico de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) a lo largo del pasado siglo. No obstante sus efectos se hacen inmediatos en todas las esferas de la lucha de clases. La ausencia de referente revolucionario condiciona la ofensiva de la burguesía que se desarrolla a todos los niveles, el ideológico, el político, el cultural, el económico, etc. y que no encuentra freno en el reformismo, cuya presión política sólo ha obtenido resultados cuando se ha presentado como alternativa… ¡a la revolución! pues eso y no otra cosa ha sido el Estado de bienestar, una cesión de la clase dominante en un contexto histórico donde avanzaba imparable la RPM.
Decimos que hay una línea que unifica las diversas expresiones estratégicas que se dan en el movimiento obrero, y en lo que mayoritariamente se defiende en el seno del movimiento comunista, porque los ejes estratégicos de los diversos programas de acción son siempre los mismos. Sin duda en el trabajo de PCE-UJCE es donde los resultados se muestran de forma más gráfica, pero la esencia de clase es la misma. El programa revisionista tiene como punto de partida las luchas inmediatas de resistencia al capital, es decir, la conciencia en sí, burguesa, de la clase obrera y tienen como meta el Estado burgués. Esta tensión movimiento de reformas-Estado burgués es la que recorre hoy todos los programas “revolucionarios” y a quien objetivamente defienden es a la aristocracia obrera. Si como marxista-leninistas sólo podemos concebir el socialismo como el periodo de dictadura revolucionaria del proletariado en transición al Comunismo, para el revisionismo el “socialismo” tiene como columna vertebral el Estado burgués, no es más que la versión “radical” del Estado de bienestar, pues es desde su gestión desde donde pretenden implementar sus “programas mínimos” de reformas que, sin embargo y no se sabe cómo, generarán “conciencia revolucionaria” y socavarán, eso nos dicen, las bases del régimen capitalista. A estas propuestas revisionistas se le han dado muchos nombres, que en la base tienen la tesis de la etapa intermedia entre capitalismo y socialismo y que en el Estado español se han concretado en el afianzamiento del dogmatismo y la solidaridad con el “socialismo del siglo XXI”, que emparentados dieron como fruto el republicanismo, bandera antes y después del crash económico, de ese bloque hegemónico en el movimiento comunista que comprende la “revolución” como la suma de los frentes sectoriales de lucha económica, de resistencia, de la clase obrera.
Hay que apuntar que esta línea estratégica común a la gran mayoría de organizaciones que se dicen comunistas tiene toda una lógica tras de sí que viene a reproducir los límites del viejo movimiento obrero, basado en la lucha sindical y el parlamentarismo. La bancarrota de la Segunda Internacional, la necesidad sentida por la vanguardia revolucionaria hace un siglo de constituir un movimiento obrero de nuevo tipo, tenía su origen en que el movimiento obrero tal como había surgido, al calor de su defensa inmediata frente al capital, es decir, de la reproducción de su explotación sobre mejores condiciones, sólo podía encontrarse realizado a través de los mecanismos de reproducción de toda la sociedad existente, cristalizados en el Estado capitalista. Precisamente lo que vino a poner en valor la Internacional Comunista frente a la Segunda Internacional, lo que convierte la tesis leninista del partido obrero de nuevo tipo en algo cualitativamente superior al movimiento obrero reformista, es que el punto de partida del movimiento revolucionario en la fase imperialista del capital sólo puede situarse en la conciencia revolucionaria, en el socialismo científico que surge fuera del movimiento obrero. Es la comprensión de los principios del comunismo como síntesis de las lecciones de carácter universal que nos proporciona la revolución en su desarrollo y la articulación de un movimiento político desde éstos, y para construir la nueva sociedad mediante la violencia revolucionaria, lo que distingue al comunismo de la vieja socialdemocracia.
Por ello, la juventud comunista encuentra hoy entre sus tareas básicas, más allá de congresos y convergencias en que los debates viran en torno a cómo reformar el capital y se teoriza sobre “práctica” sindical y parlamentaria; la de reapropiarnos de las lecciones universales de la RPM a través de su estudio; la de recuperar los clásicos del marxismo-leninismo de una forma realmente crítica, y no para validar mecánicamente la actual práctica reformista; la de organizarnos políticamente contra el revisionismo y el oportunismo siendo conscientes de que las actuales estructuras en que se concretan no sirven a los intereses revolucionarios de nuestra clase, por más que en lo concreto debamos tenerlas en cuenta como frente de batalla. La obra revolucionaria se desarrolla destruyendo lo viejo para construir lo nuevo y todo ese bloque mayoritario que hoy domina nuestro movimiento forma parte de lo viejo.

El tránsito a la organización revolucionaria es una necesidad, lo exige el cambio de situación histórica, lo reclama la época de las acciones revolucionarías del proletariado; pero este tránsito sólo es posible si se salta por encima de los antiguos líderes, estranguladores de la energía revolucionaria, si se salta por encima del viejo partido, destruyéndolo
 Lenin